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CALCETIN, EL MONSTRUO DEL ROPERO

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CALCETIN, EL MONSTRUO DEL ROPERO Empty CALCETIN, EL MONSTRUO DEL ROPERO

Mensaje por Susy - Mafiqui Jue Jun 14, 2012 8:13 pm

CALCETIN, EL MONSTRUO DEL ROPERO


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Por el agujerito de la cerradura del viejo ropero, Calcetín vigilaba lo que sucedía en la habitación.
Cuando la mamá les daba el beso de las buenas noches a los chicos, apagaba la luz y se iba, era el momento de entrar en acción. Lo primero que hacía era desacomodar todo y buscar ropa para disfrazarse.
Le gustaba usar camisetas como pantalones y una bombacha de gorra. Con su lengua parecida a una bufanda atrapaba las polillas al vuelo y se las comía.
Siempre que encontraba un par de medias, escondía una.
Una noche, calcetín se estaba divirtiendo haciendo nubes con talco para pies, cuando le dio un ataque de tos. El ruido despertó a los chicos, que se levantaron de la cama y se acercaron asustados al ropero. El hermano menor vio que por la cerradura salía algo blanco. Y como a veces la curiosidad puede más que el miedo, abrió la puerta de golpe.
¡¡¡ Ahhhhh!!! – gritaron los chicos, y corrieron a sus camas a taparse hasta la cabeza.
Ya estaban a punto de llamar a la mamá cuando Calcetín, desde adentro del ropero, les dijo:
- ¡No lo voy a hacer más!
- ¿Q… q… qué es lo que no vas a hacer más? – se animó a preguntar la hermana mayor, con un hilito de voz.
- Usar el talco. ¿No gritaron por eso? Es que tengo un poco de olor a pata… - Respondió el monstruo, mientras se asomaba, sonriendo.
Desde esa noche, Calcetín y los chicos se hicieron amigos. Después de que la mamá apagaba la luz y se iba, los hermanos esperaban en silencio hasta oír una voz que les ordenaba:
- ¡Adelante, mis pelusas!
Esa era la señal para encender el velador, levantarse, correr hacia el ropero, entrar de un salto y cerrar la puerta.
Adentro estaba oscuro, pero la ropa y los objetos brillaban, se movían, se transformaban… ¡era fantástico! También había aromas diferentes; entre ellos, el inconfundible olor a pata de Calcetín.
Los juegos entre los tres duraban hasta que la pelusa menor (es decir, el hermano menor) se quedaba dormido. Entonces la hermana lo hacía upa y Calcetín los acompañaba hasta la puerta del ropero:
- Buenas noches, mis pelusas – los despedía.
Durante el día la mamá no notaba nada raro, aunque a veces se quejaba de que el ropero estaba desordenado. “Estos chicos…”, pensaba mientras acomodaba otra vez las medias de a pares o colgaba en perchas lo que se había caído.
Hasta que llegó el verano y los hermanos fueron de vacaciones a la casa de sus abuelos.
Cuando regresaron, la mamá les dijo muy contenta:
-Papá y yo pintamos su cuarto. Y aprovechamos para comprar algunas cosas, cambiamos el viejo ropero por unos estantes preciosos…
Los chicos se miraron horrorizados y fueron corriendo a su habitación. Cuando abrieron la puerta, se quedaron con la boca abierta…
Todo estaba cambiado de lugar. Las camas tenían unos nuevos acolchados que llegaban hasta el piso; había un gran cajón con los juguetes; en los estantes la ropa estaba prolijamente ordenada… ¡Y el ropero no estaba!
Esa noche, después de que la mamá apagó la luz y se fue, los chicos no se pudieron dormir. El hermanito comenzó a llorar, con la cara pegada a la almohada para no hacer ruido. La hermana se paso a su cama para consolarlo, pero terminaron los dos llorando a moco tendido.
De pronto, surgió desde abajo, por un costado de la cama, una mano con un pañuelo y una voz que les ordeno:
- ¡A ver si se suenan la nariz, pelusas!
Los chicos levantaron el acolchado y sus caras se transformaron por la alegría de volver a ver a Calcetín, que ahora era el monstruo de abajo de la cama

CUENTO DE CECILIA BLANCO
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