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LA COLUMNA TORCIDA
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LA COLUMNA TORCIDA
Según aseguran los médicos, un altísimo porcentaje de nuestro cuerpo está compuesto de agua.
La sentencia bíblica dice, en cambio, que del polvo venimos y al polvo volveremos. De la mezcla de agua y polvo, parece, está constituido nuestro barro primordial. Seguramente es así. Pero a la receta científica y a la receta bíblica les falta, sin embargo, un ingrediente fundamental: los relatos, sin los cuales esa masa de polvo y agua no sólo no tendría sabor, sino que carecería de sentido. Aunque ningún tratado científico lo diga ni la Biblia lo mencione, estamos hechos de relatos. Quienes esperan nuestra llegada al mundo comienzan a contar nuestra historia antes de que desembarquemos en él. El embarazo y el parto de nuestra madre es el primer relato épico de nuestra existencia. Génesis de entrecasa, heroísmo de cocina, nuestro nacimiento es un pequeño cantar de gesta. Nuestros padres y abuelos son los juglares encargados de transmitir de qué modo abandonamos el claustro materno para salir al mundo. Nuestra historia comienza a escribirse a partir de ese relato que no tiene la grandeza del Cantar de Roldán o del Cantar del Mío Cid, pero que está destinado a integrar de manera definitiva el romancero de nuestra vida. Las anécdotas y pequeñas historias familiares, desde los secretos de la torta de limón de nuestra tía hasta el advenimiento al país de nuestros abuelos inmigrantes son relatos que no nos interesan hasta después de los cuarenta. En ese momento, cuando vislumbramos que la vida no es eterna, nos decidimos a tomar la posta. Entonces comenzamos a preguntar y hasta viajamos a la tierra de nuestros ancestros para hacernos cargo de sus historias.
Las pruebas de que estamos hechos de relatos abundan. Hasta los estados de ánimo tienen que ver con el cuento que a cada momento nos contamos de nosotros mismos. La tristeza no es ni más ni menos que la imposibilidad de encontrar en esa mezcla de agua y polvo que nos constituye ni el más mínimo atisbo de una hazaña existencial que podamos narrarnos a modo de consuelo.
Mónica López Ocón
FUENTE: http://tiempo.infonews.com/
La sentencia bíblica dice, en cambio, que del polvo venimos y al polvo volveremos. De la mezcla de agua y polvo, parece, está constituido nuestro barro primordial. Seguramente es así. Pero a la receta científica y a la receta bíblica les falta, sin embargo, un ingrediente fundamental: los relatos, sin los cuales esa masa de polvo y agua no sólo no tendría sabor, sino que carecería de sentido. Aunque ningún tratado científico lo diga ni la Biblia lo mencione, estamos hechos de relatos. Quienes esperan nuestra llegada al mundo comienzan a contar nuestra historia antes de que desembarquemos en él. El embarazo y el parto de nuestra madre es el primer relato épico de nuestra existencia. Génesis de entrecasa, heroísmo de cocina, nuestro nacimiento es un pequeño cantar de gesta. Nuestros padres y abuelos son los juglares encargados de transmitir de qué modo abandonamos el claustro materno para salir al mundo. Nuestra historia comienza a escribirse a partir de ese relato que no tiene la grandeza del Cantar de Roldán o del Cantar del Mío Cid, pero que está destinado a integrar de manera definitiva el romancero de nuestra vida. Las anécdotas y pequeñas historias familiares, desde los secretos de la torta de limón de nuestra tía hasta el advenimiento al país de nuestros abuelos inmigrantes son relatos que no nos interesan hasta después de los cuarenta. En ese momento, cuando vislumbramos que la vida no es eterna, nos decidimos a tomar la posta. Entonces comenzamos a preguntar y hasta viajamos a la tierra de nuestros ancestros para hacernos cargo de sus historias.
Las pruebas de que estamos hechos de relatos abundan. Hasta los estados de ánimo tienen que ver con el cuento que a cada momento nos contamos de nosotros mismos. La tristeza no es ni más ni menos que la imposibilidad de encontrar en esa mezcla de agua y polvo que nos constituye ni el más mínimo atisbo de una hazaña existencial que podamos narrarnos a modo de consuelo.
Mónica López Ocón
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