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La chica de la pierna rota

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Mensaje por Susy - Mafiqui Dom Mar 17, 2013 6:56 pm

La chica de la pierna rota Window_2_by_melanielouise


Pensándolo mejor, no fue una gran idea seguir a la chica de la pierna rota. Hay actos que están exentos de los mecanismos y enseres propios de la lucidez; pero simplemente no pueden suspenderse. Irrevocables manifestaciones del arte, de la vida, de lo desconocido. Ahí estaba yo mirando el piso sucio de la estación de trenes, como tantas veces en los últimos dos años. Las manos dentro del saco con esa actitud de acurrucamiento que suelo tener en los momentos donde la soledad es más pronunciada; y al levantar la vista ahí estaba ella, la chica de la pierna rota. Llevaba una gran bota ortopédica y caminaba con dificultad; aún así sus movimientos no eran del todo torpes y hasta diría que denotaban cierta gracia. Llevaba una campera de cuero negra, jeans y una carterita roja con arabescos amarillos. Tendría unos veinte años, boca fina y cierta escrutación natural en la mirada bajo sus lentes delgados. A simple vista parecía una chica no demasiado normal, como la mayoría de las chicas de su generación. Tomé uno de los asientos del fondo y la observé. Miraba por la ventanilla como el exterior iba adquiriendo velocidad, siempre fuera de su mundo quieto en el que permanecía suspendida. No era precisamente una imagen que se correspondiera con aquel vagón en que estábamos, ni con la gente viajando en él. Parecía más bien una imagen superpuesta. Un montaje.
Me es sumamente difícil retener las caras de la gente. Padezco de alguna suerte de amnesia selectiva cuando se trata de recordar a las personas por sus fisonomías. Así que me era muy sencillo recordar a la chica de la pierna rota precisamente por esa vistosa condición. Como al sujeto del cuello ortopédico que conocí en el subte, o al pibe de los mandados que siempre lleva una gran bolsa a rayas verticales azules y blancas.
Debería decir que subí al tren en que subió ella, ya que no había ninguna otra razón para que lo abordara. Un vendedor ambulante le puso unas cajitas de maní con chocolate en la falda. No era solamente que la estuviese siguiendo; además éramos copartícipes de un mismo vector direccional. Al menos yo quería pensar eso. Devolvió las cajitas de maníes al vendedor y volvió a mirar hacia afuera por la ventanilla. Yo la observaba desde un par de filas frente a ella, que viajaba sentada mirando hacia la parte trasera de la formación.
Admito que es una absoluta descortesía seguir así a una mujer. Mientras una parte de mí se apenaba hasta un espontáneo encogimiento de hombros que no puedo disimular; otra voluntad súbita me precipitaba a cumplir con aquella tarea indigna.
La muchacha de pronto sacó uno de esos libros llamados “De bolsillo” de la cartera. El señalador estaba por la mitad. Lo abrió y comenzó a leer. No sin alguna dificultad advertí que era un libro de Raymond Chandler. Eso era bueno. Soy un gran admirador de la obra de Chandler y ante una eventual conversación podría demostrarle mis conocimientos; y en una de esas conseguir su simpatía. Esto último lo pensé con un alivio tamizado de nervios
Durante las primeras estaciones me dediqué a estudiar su rostro. La fisonomía de su cara que sin embargo muy pronto olvidaría, salvo por unos rasgos mínimos. Gradualmente el vagón se iba vaciando de gente. Pronto éramos apenas un puñado de personas viajando en aquel coche de tren. En algún momento la chica cerró el libro y volvió a meterlo en la carterita. Lo noté solamente cuando dejé de ver su cara. Extendió la gran bota plástica aprovechando que nadie estaba sentado frente a ella.
Antes de aproximarnos a la última estación me di cuenta que estábamos sólo nosotros dos. Y que llevaba un tiempo mirándome también. Cuando el tren se detuvo con algo de esfuerzo se puso de pie y caminó hacia la puerta. También la estación estaba desierta. Me incorporé de mi asiento y me acerqué, las puertas se abrieron. La chica retrocedió unos pasos a medida que yo me aproximaba hacia ella. Su rostro sea cual fuese adquirió de pronto una expresión de espanto mientras me miraba. Dijo que sabía lo que yo quería, que no iba a dejar que le pasara otra vez. De la carterita roja de arabescos amarillos sacó un revolver. Uno negro, de corto calibre; cosa que no disminuyó el terror infundido en mí. Al sacar el arma dejó caer al suelo el librito de Chandler, supe que era esa novela llamada “Un largo adiós”. Una parte de mí -aún interesada por detalles triviales- imaginó que esas eran las únicas dos cosas que llevaba en la cartera. Un arma y un libro; suficiente sostén para que la muchacha se desplace sin mayores dificultades. Me disparó dos veces. En ambas ocasiones pestañeó. La vi tapándose la boca con una mano. Vi lágrimas cayéndole de los ojos. Los dos llorábamos aunque por razones diferentes. Dos razones disímiles que compartían el mismo vector direccional; al menos a mi me gustaba pensarlo así. La vi alejarse cojeando con su pierna mala. Recuerdo que me desvanecí mientras esperaba ayuda, imaginando un diálogo diferente para pasar el tiempo. “Me gusta el capítulo en que Marlowe intenta encontrar a un escritor desaparecido, un tal Roger Wade, aunque perfectamente podría ser otra cosa lo que está buscando” diría. Ella estaría o no de acuerdo, o simplemente voltearía la mirada hacia fuera de la ventanilla viendo correr el paisaje. No me es difícil imaginar ese tipo de cosas.
Aún conservo el libro. Las últimas veinte páginas todavía están pegadas por la sangre. En la primera pude reconocer mi letra “A Sonia con cariño” y mi nombre “Eduardo”. La nota estaba fechada como diez meses antes de que la muchacha me dispare. Cerré el libro de inmediato; saber su nombre ¿para qué?, ni siquiera me es posible precisar su rostro. Lo mejor va a ser recordarla por características circunstanciales, como al tipo del cuello ortopédico o al pibe de la bolsa a rayas (pero esas son otras historias, aunque no menos desafortunadas). Recordarla apenas como a un mal día, o a un sueño placentero y defectuoso. Como a una muchacha que alguna vez se me dio por seguir hasta el final del viaje; o simplemente, como la chica de la pierna rota.

FUENTE: http://biromeshaolin.blogspot.com.ar/
Susy - Mafiqui
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